Estas dos escenas describen dos situaciones
distintas, pero con las que me atrevería a aventurar todos nos sentimos
identificados. ¿Quién no ha huido
alguna vez de esa persona que nos transmite “mal rollo” o quien no ha buscado
refugio en esa otra persona que es capaz de contagiarnos su alegría?
Porque las emociones se contagian, sean para bien o para mal.
LAS EMOCIONES SON COMO UN VIRUS
Las buena vibración como
la mala se contagia tan rápido como los virus de un resfriado, según apunta
David Goleman en su libro Inteligencia social, donde menciona una serie de
estudios que confirman que existe este contagio emocional. Uno de esos estudios
demostró cómo las personas sometidas al experimento se iban contagiando de las
emociones que veían en las fotografías, que se les mostraban, o de los
individuos que entraban en contacto con ellas.
Todos podemos ser
portadores y transmisores de estas emociones, aunque no siempre somos
conscientes de ello. Hay que personas con habilidad
para contagiar su tristeza, su mal humor, su envidia o egoísmo, al igual que
hay otras capaces de impregnarnos de su entusiasmo e ilusión por la vida. Lo
que sí nos resulta más fácil de identificar son los efectos que los otros dejan
en nosotros.
Digamos que lo acertado sería
saber protegerse de quienes son capaces de contagiarnos sus emociones
negativas, lo hagan intencionadamente o no, y de compartir más tiempo con quienes
irradian energía. Pero no siempre las emociones negativas son tan dañinas o
inútiles para nosotros.Las emociones negativas, en su justa medida,
también tienen su utilidad.
Pensemos en el miedo. Desde épocas ancestrales, sentir miedo nos ha protegido de
depredadores y enemigos. La ansiedad es imprescindible para superar
determinadas situaciones adversas, para reaccionar contra ellas para
mantenernos en alerta o tensión. El dolor o la tristeza se
pueden utilizar como trampolín para superar una situación.
Lógicamente, lo sano no es vivir
de las emociones negativas, de hecho es importante controlar el tiempo que esas
emociones están con nosotros. De
ahí que, igual que necesitamos protegernos de ellas, también necesitamos establecer mecanismos para
alejarnos de aquellas personas que son capaces de contagiarnos su ira, rabia o
angustia y crearnos malestar.
Por otro lado, mostrar las emociones
positivas siempre es más agradable, al igual que recibirlas porque se genera un
ambiente más grato que beneficia a todos. De
ahí, que sea más favorecedor rodearse de personas que nos hacen bien, que nos
recargan de energía, que de aquellas que nos la arrebata. Si nuestro objetivo es disfrutar y ser felices en la vida, tendremos que intentar
rodearnos de aquellas personas que nos ayudan a conseguir esa meta.
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